domingo, 9 de abril de 2017

Homilía del VIERNES SANTO, ciclo a, 14 de abril de 2017

HOMILÍA DEL VIERNES SANTO, ciclo a, 14 de abril de 2017
            En estos días estamos teniendo un contacto muy enriquecedor con la Palabra de Dios que nos inserta en el misterio de la muerte de nuestro Salvador Jesucristo. En concreto hoy la Palabra toca en 'una fibra muy sensible' que nos llega al corazón, pero no precisamente para generarnos una alegría inmediata.
            Nuestro Señor Jesucristo, «aunque era Hijo, aprendió sufriendo a obedecer» (Heb 5, 8). Jesucristo ha sido también sometido a la prueba y al sufrimiento, de tal modo que cuando nosotros acudimos a Él en la oración somos escuchados con gran dedicación por su parte, porque Él entiende a la perfección de lo que le estamos contando.
            El Señor desde lo alto de la cruz nos muestra sobre cómo debe ser un apóstol y con qué espíritu deberá de desempeñar su función. Yo hubiera preferido que me lo hubiera dicho tumbado en una hamaca, con un refresco con hielos en la mano y un plato de dulces al lado. Sobre todo porque el mismo contexto me estaría diciendo que eso de ser apóstol es algo que uno 'se saca con la gorra', que no implica dificultad y que el hecho de salvarse es algo más que facilón. Pero no, ha preferido estar colgando de una cruz para decirnos sobre cómo debe de ser un apóstol. Y eso de morir a uno mismo, quitarse de sus propias comodidades, eso de pensar primero en el bienestar de la otra persona antes que en uno mismo, eso de sacrificarse por el otro antes que por uno…y todo esto para que el otro pueda vivir. Y ¿acaso somos masoquistas entendiendo la vida de este modo buscándonos complicar las cosas?, pues no, no nos complacemos con sentirnos humillados o maltratados, lo que sucede es que hemos descubierto una verdad que se nos ocultaba: Que el otro es Cristo.
            Es cierto que la realidad que nos espera es difícil e incluso hostil. Seguimos a un crucificado, a uno que a los ojos del mundo era un maldito, un fracasado al morir en una cruz. A veces es incluso más difícil y hostil dentro del seno de la Iglesia que fuera. No hay persona más insensata que aquel que estando moviéndose en medio de los misterios divinos actué como 'míster perfecto' sin necesidad de cambiar los pilares maestros de  su vida, a lo más y tal vez, alguna pared de pladur. Jesucristo en esto, como en todo, nunca nos ha mentido: «Os mando como corderos en medio de lobos» (cfr. Lc 10, 3); y de hecho cuando el mensaje de Cristo llega al corazón de las personas se obra el milagro volviendo lo hostil en acogida y el sin sentido en apertura al Espíritu de Dios.
            Por eso el apóstol, el seguidor de Cristo se esforzará por mantenerse libre de condicionamientos humanos de todo género. Cristo nos lo dice: «No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias» (cfr. Lc 10 ,4) para contar sólo con la cruz de Cristo de la que viene nuestra salvación. Y alguno me puede decir que él no tiene talega, ni alforja, ni sandalias, pero puede tener un estatus social cómodo; una organización y horarios buscando la propia comodidad; una historia personal que no se acepta y por eso, muchas veces, se anda como rabiosos por la vida; una amistad que tiene acaparado tu corazón; una enfermedad que no aceptas y te reniegas; un hermano o hermana que más verle te da grima y lo evitas; una habilidad personal de la que no dejas de alardear, etc. Quien diga que no lleva nada, o bien 'no se ha enterado de la fiesta' o simplemente miente.
            Gloriarse en la cruz significa abandonar todo motivo de orgullo personal, a fin de no vivir más que de fe y en acción de gracias por la salvación que ha realizado el sacrificio de Jesús. Lo que queda crucificado es el mundo del egoísmo personal, de la autosuficiencia, de la seguridad en los propios méritos.

            Gracias a que Jesucristo ha sido obediente y nos ha amado hasta el extremo de morir por nosotros en una cruz, nuestros nombres tienen posibilidades reales 'de estar inscritos en el cielo' (cfr. Lc 10, 20). 

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